La novela de Cancún

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A manera de introducción: la antítesis de Carlos Hurtado

Edmund Wilson, en su gran estudio Hacia la estación de Finlandia, considera —erróneamente— a Friedrich Hegel, uno de los padres de la filosofía contemporánea, con sus tres momentos decisivos: la tesis, la antítesis y la síntesis. Términos acuñados realmente por Johann Fichte y otros pensadores del siglo XIX, se conocen como la Triada dialéctica, una forma de concepción de la realidad como proceso circular. No es mi objetivo analizar ni ontológicamente ni de forma histórica el uso de estos términos, sino simplemente aplicarlos en el estudio del presente ensayo.

¿Cómo entran aquí estos conceptos, cribados y simplificados? Volvamos a Wilson. Toma como ejemplo a Hegel y estos tres términos en un marco histórico identificable para el lector: el imperio romano. La tesis representa la primera república y los Escipiones; la antítesis el conflicto de Pompeyo y Julio César, y la dictadura y caída de este último; la síntesis concluye, claro, con el imperio todopoderoso resultante. Wilson encaja esta visión circular con el materialismo histórico de Marx, quien se apropia de la Triada y la aplica a su trabajo: la tesis sería la Revolución francesa, la antítesis el Terror de Robespierre, y la síntesis el ascenso del proletariado al poder. Aunque es demasiado simplificado, Wilson hace que el lector asuma estos conceptos en función de la Triada para tomarlos como punto de partida para entender el trabajo de Marx y Engels.

Como a Wilson, pensé que la Triada dialéctica podría aplicarse a diferentes aspectos de las ciencias y las artes, tal como hizo Marx, y consideré en concreto a Cancún y su corta historia, en contraste con su producción literaria y actores que han resultado de su compleja dinámica social.

En corte de publicaciones, tenemos que considerar a Fernando Martí Brito y Fantasía de banqueros (1985) como la primera de gran trascendencia periodística. En sus páginas se detalla la concepción y el inicio del proyecto Cancún, y el desarrollo de un Centro Integralmente Planeado como tal. En esta tesis, Martí revela de forma brillante detalles del proyecto, sus aristas, sus implicaciones y sus primeros años de andadura turística, así como los primeros habitantes que poblaron lo que hoy es la zona turística más importante de México. Aunque toca el tema de los primeros problemas y retos que ya enfrentaba la ciudad, el enfoque del libro es más bien optimista, de una ciudad que podría asumir sus deficiencias, transformarlas y resolverlas en aras de la bonanza turística. Sin duda refleja la realidad de los primeros años de Cancún y su crecimiento como ente dual: polo turístico generador de divisas y ciudad abierta a la inmigración masiva, mayoritariamente dedicada al apoyo de ese polo y recibiendo parte de sus beneficios.

Aquí es donde Carlos Hurtado entra en escena. Aunque no es el único, quizá es el más representativo en la cuestión del manejo de Cancún como antítesis: su trabajo periodístico, las columnas de crítica ácida, mordaz y tomando como base la misma calle nos reflejó como una sociedad que ya empezaba a mutar y a degradarse. Debemos tomar en cuenta que no había pasado ni un decenio desde la publicación de Martí, y Hurtado (1993) ya nos habla de una ciudad que acusa graves problemas sociales, políticos, ecológicos y turísticos con la llegada del turismo masivo y de «baja gama» como los spring breakers. La aparición de sus Crónicas urbanas en el periódico Por Esto! constituyen la puesta en escena de la antítesis: aquello que Cancún había abrazado como realidad y que se hallaba cada vez más lejos de un trabajo como Fantasía de banqueros. Esas Crónicas urbanas terminaron publicándose en dos volúmenes y dieron pie a la «novela de Cancún», uno de los más grandes resultados de la antítesis y que Hurtado concibió como un instrumento literario que, en 2001, mostró a Cancún sus verdaderos colores.

Hoy la gran incógnita es cuál será la síntesis, el resultado literario, periodístico o intelectual de la confrontación de estos dos trabajos. En poesía, por ejemplo, tenemos grandes plumas como David Anuar que apuestan por los orígenes, la prehistoria de una ciudad y sus interminables dunas, y sí, la incertidumbre del futuro; los personajes que fueron olvidados en la vorágine del turismo, aparecen en sus versos cargados de atmósfera nostálgica y fantasmal, recorriendo los ranchos copreros, deambulando en su Edén primigenio. Contrario a lo que han hecho Francisco Verdayes Ortiz, Tiziana Roma, Miguel Ángel Meza y otros cuantos, Martí no mostró mayor interés por «rescatar» a Cancún de esta antítesis demoledora: como cronista oficial, quedó atrapado en la primera fantasía y continúa hasta la fecha abrazando con fuerza a su tesis, a pesar de sus publicaciones subsiguientes que aportan poco o nada al problema. Podemos decir que terminó siendo parte de la antítesis, sin ofrecer bases para el Cancún llano, el de las regiones, el de la calle. «Cancún es paraíso para el turista, un infierno para sus habitantes»[1], enuncia, pero no va más allá, no ofrece alternativas a la altura de su apoteósica Fantasía.

La síntesis aún no se ha producido, o está en vías de mostrar su verdadera forma; es ahí donde Cancún expresa su bella complejidad, dentro de la realidad que cambia constantemente, donde sus habitantes no consiguen afianzar la identidad fuera de asociaciones pioneras y fundadoras, de personas que llegaron y se han establecido y aceptan a Cancún como parte integral de su realidad. La antítesis continúa su poderosa hegemonía en las realidades diarias que salpican los titulares con baños de sangre, la apropiación de las calles por el crimen organizado, la inexistencia de fondos editoriales que salvaguarden la memoria literaria cancunense, políticas culturales que no se ajustan al presente y funcionarios que no consiguen resolver los desafíos políticos, sociales y ecológicos que Hurtado señaló desde 1993. Este impasse se prolonga, y no hay respuesta a la antítesis con el paso de los años.

Hurtado nos dejó, muy a su pesar, un problema señalado en una novela que, tristemente, no interesa al mundo intelectual nacional, fuera de tres o cuatro pensadores locales que la han leído y han comprendido su narrativa y lo que significa esa «novela de Cancún». Basta con buscar en Google para darse cuenta. Sigue resistiendo como «novela de Cancún» no por un capricho personal o de etiqueta, sino por la problemática planteada, no resuelta, y que sigue echándonos la realidad a la cara. Literariamente —y en muchos otros ámbitos—, Cancún sigue sin afrontar la antítesis para generar esa síntesis que en su literatura va tomando forma en las nuevas generaciones; socialmente está cada vez más inmersa en ese negativo en parte gracias a un cronista que no aporta soluciones a nivel intelectual, siendo parte del juego político y de clases cerradas y eventos en el que quiere seguir posicionado. Trabajos como el Cancún, antes de Cancún de Francisco Verdayes ofrecen alternativas de respuesta a la antítesis, tratando de visualizar y entender el pasado y rescatando el último suspiro de sus protagonistas, testigos de la mutabilidad de un lugar que inicialmente comprendieron como un Edén: Emilio Maldonado, Cachito y Gabuch, hoy fallecidos; otros como Rodolfo Leal «Rudy», que solo interesa a los políticos —y a Martí— en las conmemoraciones de fechas simbólicas, como los recientes L años de la fundación Cancún y que el Carlos Hurtado de 1993 seguro habría señalado con ironía en una de sus columnas.

Se podría decir que los trabajos de Martí y Hurtado son opuestos, pero recordemos que ambos escritores son de vocación periodística. Es verdad que, a final de cuentas, los textos de Martí —con marcada tendencia hacia un ensayo con metodología más académica si cabe— y los de Hurtado, periodísticos-literarios de lenguaje mucho más crudo, son visiones que acometen a Cancún desde diferentes ópticas, pero hay que recordar que Fantasía de banqueros resultó de un compendio —así como hiciera Hurtado con sus columnas en el Por Esto!— de una serie de artículos publicados en los periódicos Unomásuno de Ciudad de México y Novedades de Quintana Roo a finales de 1984. Así que, llevados a la propia línea del tiempo cancunense, ambos terminan confluyendo inevitablemente. Aunque Martí, es verdad, ha hablado al respecto de la problemática actual de Cancún, las opiniones que se pueden leer en internet quedan muy superficiales a comparación del trabajo de calle de Hurtado o el trabajo de crónica de Verdayes. Espero que esto último quede más claro en el trabajo siguiente, con la conmemoración del XX aniversario de la publicación de la «novela de Cancún»: Cancún, todo incluido.

Imagen de Héctor Cobá.

De la utopía a la sangre: a propósito de una novela visionaria

Regreso cada cierto tiempo al Cancún, todo incluido de Carlos Hurtado Azuara (1955-2015) para comprobar no solo que la narrativa ideada por su autor no ha envejecido; para mi asombro se mantiene con una energía poderosa, e —infortunadamente— acorde a los oscuros tiempos por los que camina una ciudad creada para ser un paraíso. Hoy Cancún yace frente al Caribe fragmentada social, económica y ecológicamente a sus apenas 51 años de vida; Hurtado Azuara ya había advertido esta degradación en caída libre, una ruptura que convirtió la utopía de la tierra prometida a las balas y la sangre tiñendo el turquesa de sus playas.

Las Crónicas urbanas, donde todo comenzó

La novela, elogiada por Juan Villoro[2] y que cumple este 2021 veinte años de su publicación, no fue un mero accidente narrativo: llevaba años siendo cocinada a fuego lento a través de columnas periodísticas, alimentada del caminar por las aceras cuarteadas e ir al encuentro de las regiones, lejos de las sombrillas, cócteles, yates y mujeres en bikini, aunque el andar del escritor nunca prescindió de estos escenarios. Hurtado Azuara recorría la mancha urbana cancunense empezando por Crucero y la Torcacita, entreveía los pintorescos recovecos del mercado El Parián y los tianguis, se sentaba a comer en las «cientomiedo» y en las «rutas» y se infiltraba en los crepúsculos del sombrío Puerto Juárez para presenciar y documentar las miserias, deformidades de una ciudad-ser que presentaba ya una cara diferente en la década de los noventa. Estas experimentaciones no exentas de curiosidades humorísticas, este trabajo periodístico «a pie de calle», lo llamó atinadamente Crónicas urbanas, que condensó en dos volúmenes publicados en 1996. Carlos ya tenía ahí el embrión de su primera novela.

Apunta Héctor Cobá sobre Crónicas Urbanas:

Las páginas retratan la miseria política, intelectual y gubernamental en crónicas, relatos, cuentos y narraciones incluidas en el primer volumen de varios que ya no vieron la luz; inicialmente publicadas en el Por Esto! de Quintana Roo, de 1993 a 1995, en la columna llamada Crónicas urbanas, donde no escapan regidores, líderes y pseudolíderes, diputados locales y federales, además de fenómenos propios como la delincuencia juvenil y el fracaso de los apoyos psicológicos institucionales, la liberación sexual, el tráfico de influencias y muchos males sociales del siglo pasado y del actual […][3]

Cuando Cancún, todo incluido fue publicada se encontró con poca resonancia (incluso en su segunda edición en 2011), como cabía esperar en una ciudad que además de leer poco, no publica[4]. Carlos entendía bien esta ingrata dinámica y hablaba ya abiertamente en su Cancún de un profundo desgaste del destino turístico, de la corrupción que aniquilaba ejidos y permitía asentamientos irregulares en las afueras; de la peligrosidad que suponía el turismo sobre el ya pobre pegamento social reflejado en la promiscuidad, familias disfuncionales y desintegradas, y claro, sangre, un camino de sangre que se ha hecho un río caudaloso en los últimos años gracias al accionar de la maquinaria del narcotráfico.

La novela de Cancún

Temblorosas, las largas hojas verdes de los cocoteros se sacudían con violencia, bajo una sostenida brisa que refrescaba a los escasos turistas noctámbulos que todavía caminaban a lo largo del bulevar Kukulcán. Contrastando con la suntuosidad de los edificios, cuyas moles de cemento y cristal ocultaban a los transeúntes la visión del mar Caribe, las imitaciones del milenario arte de los mayas, dispuestas en las cabeceras del camellón, parecían recriminar con el gesto severo de sus rostros pétreos, la actitud de Bernardo Amores, después de su apresurada salida del Centro de Convenciones.[5]

Así comienza la que podemos ya sin duda llamar novela de Cancún, un trabajo narrativo cuyo escenario exclusivo es la ciudad en la que Hurtado Azuara trabajó palmo a palmo para conseguir un primer plano excepcional que ya nos adentra en varias cuestiones, empezando por la ecológica. Los hoteles (a los que se refiere como moles de cemento y cristal) ya imponen un cambio drástico en el paisaje, algo que nos impide apreciar el mar, la naturaleza. Y como un parpadeo, nos lo contrasta con las figuras mayas —artificios, imitaciones impuestas para el adorno del bulevar moderno y goce del turista—, que terminan adentrándonos en el protagonista y adelantándonos una escena enmarcada en tensiones e intriga.

Cancún, todo incluido es una novela anclada a un estilo de humor negro, sarcástico y hasta satírico. Todo inicia con la súbita e inesperada rebelión de Bernardo Amores, el presidente de la Asociación de Hoteles de Quintana Roo, donde, en un arranque de ira y lucidez que reconoce como sinceridad consigo mismo, y harto de la falta de capacidad política del gobierno estatal por afrontar la crisis turística de Cancún, culpa al gobernador en turno en una conferencia de prensa. Esto tiene consecuencias inmediatas: un escándalo aprovechado por periodistas y enemigos del hotelero y del propio gobernador, que refleja la curiosa dualidad de ineptitud y astucia de ciertos políticos al moverse en esos juegos del poder. A la par, personajes variopintos de la ciudad se encuentran con Bernardo en su aventura, que culmina en un extraño secuestro y el reacomodo de fichas políticas. Para abrir cada capítulo, Carlos deja su firma periodística inconfundible con noticias que fácilmente podrían conformar cualquier titular cancunense y que recrudecen la narración, aderezada con el lenguaje callejero y barriobajero que seguro acostumbramos a oír, pero usado aquí con gran técnica, acorde a los personajes en cuestión y el léxico a su alcance.

«El recurso de las notas periodísticas surgió en el momento en que decidí perfilar a la propia ciudad como un personaje de la trama. Encontré que mataba dos pájaros de un tiro: Cancún tendría una voz y, al mismo tiempo, el lector lograría cotejar versiones y de ese modo nutrir la interpretación de los personajes y los hechos».[6]

Resulta interesante que el autor use el escenario como aporte de una voz equiparándolo a un personaje, un recurso que nos recuerda a la City de Baricco, o a Vetusta como escenario vivo en La Regenta de Clarín; no sorprende viniendo de un periodista que se manejó en la dinámica urbanística y cuyo objetivo era llegar al núcleo de los problemas poniendo su afilada pluma en la llaga. El trabajo del periodista-narrador confluye con submundos disfuncionales, ciudades dentro de una ciudad muy viva que prostituye y droga a sus menores, una ciudad que hace de cualquier beodo su arma perfecta para delinquir; asistimos al baile de la política mexicana en sus juegos y enroques, no exento de venganzas pasionales y desintegración familiar en todos los estratos sociales. Y ya que sale a la palestra, es de hacer notar el trabajo sobre el negativo (o positivo, como quiera verse) en el que se imprime el Cancún de la «alta sociedad» «socialité» o como llama Carlos, «cancuniqué», donde se hace con el estilo de las revistas de corte social, imitando el enfoque naif y encorsetado que se acostumbra encontrar en revistas emblemáticas como Cancuníssimo. Aquí una muestra de una típica fiesta en un lugar exclusivo de la zona hotelera:

Desde la terraza del lugar, los románticos pudieron darse baños de una luna plena que parecía estar contratada para darle realce a la velada y que inspiró la improvisada participación de Ricardo Garita. Animado por los presentes, tomó la guitarra e interpretó una decena de sentidas piezas de corte flamenco para la delicia de don Álvaro, quien con un brindis doble agradeció a todos su presencia, antes de mostrar que por sus venas también corre sangre de artista, al interpretar un popurrí de cante jondo que provocó discretas lágrimas que corrieron por las mejillas de su bella Nuria.[7]

Estas son fiestas de caretas, metafóricamente hablando. Bajo la técnica de Carlos Hurtado, que presupone inocentes eventos de la más alta estofa con personajes respetables ante la sociedad, se esconden la cocaína y las tachas, la misma promiscuidad y alcoholismo que se revela en las colonias de las regiones y que no suponen ninguna diferencia social respecto a los «otros Cancunes», a pesar de que el dinero y el lujo parecen interponer un abismo con el Cancún «pobre» o de «clase media»: «El dinero no es más que una manera simple de marcar la distancia entre los que someten y los sometidos. Pura condición humana. Somos codiciosos. Estamos enfermos. […] Yo solo juego con las cartas que me tocan»[8], dice Bernardo Amores sin ningún reparo y hablando desde la posición de un hombre poderoso y adinerado, lo que nos refuerza la idea anterior.

La novela fluye a un gran ritmo en este Cancún donde inevitablemente va a colisionar esta gente «de la alta» y gente pobre y de la peor calaña. Así, se demuestra que en esta ciudad no puede haber vencedores, y si los hubiere, será a un alto costo. Todo esto se sirve en un coctel donde reconocemos al Cancún de Carlos Hurtado (y sus otros negativos o positivos) en una faceta más realista de la que creemos y que nos acerca peligrosamente al Cancún real, al Cancún que yo he vivido. Con todo lo anterior llegamos a un final de novela ambiguamente abierto pero contundente, y el autor lo reafirma:

 «No creo que el final sea algo que espere el lector, pienso que termina desconcertado y creo, además, que ni siquiera termina, que las cosas se colocan en un punto tal en el que la trama logra desenmarañarse, pero el final es abierto. El lector puede pensar muchas cosas menos que alguien ganó algo para estar feliz»[9].

Cancún provoca eso, el desconcierto al que juega el autor, un juego que le resulta a las mil maravillas. En conclusión, es un viaje que todo aquel que se diga cancunense debe recorrer, para ganar su propio desconcierto.

El legado narrativo y la ingrata apuesta suicida

Carlos Hurtado sabía perfectamente los temas que trataba porque también los sufría en primera persona: no hay que olvidar el fracaso de la Casa del Escritor por la que tanto había luchado con Miguel Meza y la gran intención impresa en la antología Voces de ciudad joven para reunir plumas cancunenses en 1995; afanes que hoy se consideran románticos y recordados con media sonrisa por parte de las autoridades culturales que deberían ser parte de una evolución literaria que no llega a Cancún en movimientos organizados, sino como parte de esfuerzos desiguales independientes y de bellos accidentes, como el nacer allí, o recalar allí.

Cancún tuvo una idílica utopía inicial: la inexistencia de la policía y el casi invisible brazo de las instituciones, el dejar las puertas abiertas por la noche, el conocerse y convivir entre distintas clases sociales, el arribo de un nuevo tipo de aventureros que recibían la bienvenida de la naturaleza dejando atrás sus lugares de origen, los hoy llamados pioneros que ponían el esfuerzo supremo de construir su propia casa sobre lagunas y selva pantanosa y a la vez daban lo mejor de sí a la industria turística. Esto desembocó en un fenómeno inevitable y que muy pocas ciudades podían presumir en el siglo XX al inaugurar primeros oficios: la primera estilista, el primer fotógrafo, el primer sastre, el primer zapatero, carpintero, etc. Hurtado Azuara comprendió la ruptura inevitable de la línea temporal, y cómo esa utopía transmutaba rápidamente en la peor pesadilla para un ciudadano y que solo cabía empeorar si no se tomaban medidas. Y llegó más temprano que tarde: la fantasía de los banqueros se quedó a partir del kilómetro cero del bulevar Kukulcán, imponiendo un muro invisible que puede ser comprobado por el trabajador que vive en esas regiones donde a duras penas cuenta con servicios básicos y trabaja doce horas entre el lujo más ostentoso; comprobado por el paisano que intenta acceder a la playa de un hotel y es parado en seco por el guardia de seguridad; comprobado por los que una vez fueron guardianes de cocoteros y vivieron sus últimos años entre la miseria y el olvido, tras tener toda la isla Cancún como sus dominios.

Es interesante visualizar cómo esas líneas sociales, ecológicas y culturales se separan abruptamente en algún momento de la línea temporal de Cancún. La utopía da paso a la peor pesadilla. ¿Es hasta cierto punto natural? ¿Estaba condenada la ciudad a esa ruptura y transición desde el principio, y en la forma en que lo ha hecho? ¿Un crecimiento sostenido lo habría paliado? Aunque tengo mis propias respuestas, me hubiera gustado hacer estas preguntas a Carlos Hurtado y a Francisco Verdayes (1965-2021), sentados a la misma mesa.

Carlos decidió apostar fuerte por Cancún para su magna obra, una apuesta casi suicida que el tiempo aún no le ha retribuido con el lugar que merece dentro de la literatura quintanarroense y nacional; por una parte, porque esta literatura cancunense no halla donde sostenerse. Por otra, Cancún se comporta como debe comportarse una ciudad sin memoria: vive de población que viene y va, peregrinos que ven Cancún como una suerte de escape, un lugar para quedarse a trabajar hasta que llegue el primer huracán, y de personas bienintencionadas que comparten alegremente esos pasados momentos utópicos en las redes sociales, sin mayores pretensiones que perderse en la nostalgia. Las instituciones culturales —casi siempre ornamentales— no darán una respuesta al aspirante a escritor.

En 2013 me encontré con un Carlos Hurtado que no le interesaba ya su novela; para él había quedado en el desván de la memoria cancunense, era agua pasada. Sabía que la ciudad no iba a agradecerle ninguno de sus esfuerzos literarios. Sin embargo, había en él una suerte de satisfacción, un aura de serenidad semejante a la de Thoreau en su Walden: él era feliz en su casa, alejado de la civilización y dedicado a sus plantas. Me desconcertó en su momento, pero hoy viene a mi mente su perfil de profundo pensador y descubro que el escritor sabía, como han sabido muchos de nuestros predecesores, que había plantado una semilla con su novela, y aunque había germinado (como sus propias plantas) quizá no vería los frutos en este mundo. Y así es hasta la fecha: no hay siquiera un fondo editorial para letras quintanarroenses (aunque la Casa de la Cultura y talleres independientes como La Tlacuila siguen haciendo esfuerzos notables); Tropo a la uña, Gaceta del Pensamiento y Vértice, únicas revistas de cepa cancunense, se mantienen con nobles esfuerzos independientes y uno que otro patrocinador, pero no hay interés institucional por las letras ni por la crónica urbana —olvidada incomprensiblemente por el cronista oficial Fernando Martí, quien debería poner el ejemplo dado el vínculo que le une a la ciudad, pero sigue manteniendo la postura y enfoque desde la comodidad que da la «cancuniqué»—.

Francisco Verdayes, el cronista no oficial, dejó con Carlos Hurtado una noble tarea inacabada, una pendiente que se antoja demasiado empinada para nuestros humildes esfuerzos y capacidades, dado el abrumador desinterés de la propia urbe, a la que no interesa conocer su pasado para entender su presente. Con esa premisa, ¿qué futuro se puede adivinar?

Sin embargo, sigue en el aire el que podamos hacer algo. Y ahí está la baraja desplegada: David Anuar, José Antonio Íñiguez, Marién Espinosa, Lorena Careaga, Macarena Huicochea, Agustín Labrada, Héctor Cobá, Miguel Meza, Nicolás Durán, Luis Velasco, Tiziana Roma, Jorge González Durán, Enmanuel Arjona y nombres que seguro se me escapan (y si se me han escapado, quizá sería hora de que levanten la mano en serio). Sigo a la espera de alguna sorpresa de las nuevas generaciones, ya desapegadas por completo de la pequeña utopía de los setenta y ochenta, cancunenses que narren desde el sentimiento que provee una ciudad compleja, que puede no arroparnos ni darnos consuelo alguno, pero que nos acompañará siempre si tuvimos la suerte de haber nacido allí. Yo, debo decir, vivo entre los dos mundos, utopía y sangre.

Cuando abrimos hoy un periódico cancunense vía web o papel, sea conocido, rojo o amarillo, incluso partidista, podemos comprobar que el trabajo de Carlos Hurtado, aunque adaptado y novelizado, bebe directamente de una realidad que ya alcanzó a Cancún hace décadas, y que más bien nos está engullendo sin parar. Lo he comprobado hoy mismo.

Agradecimientos a Carlos Chak y a Carlos Hurtado Barón, autor de la imagen de cabecera, «Retrato de Carlos Hurtado Azuara».


[1] Águila Arreola, Carlos, “Cancún: paraíso para el turista, infierno para sus habitantes: Martí Brito”. Periódico digital La Jornada Maya, enero 2020.

[2] Hurtado, Carlos, “Cancún, todo incluido.” Unas letras Editorial, 2011, contraportada. Dice Villoro: “La novela Cancún, todo incluido, de Carlos Hurtado, profetizó los excesos hoteleros de la región”.

[3] Coba, Héctor, “Urge reedición del irónico Cancún. Crónicas urbanas de Carlos Hurtado (QEPD).” Periódico digital El despertador de Quintana Roo, febrero 2020. https://eldespertadordequintanaroo.com.mx/urge-reedicion-del-ironico-cancun-cronicas-urbanas-de-carlos-hurtado-qepd/

[4] Meza, Miguel, “Cancún, una literatura invisible.” Tropo a la uña, año I nueva época, núm. 1, junio 2013, pp. 16-20.

[5] Hurtado, Carlos, “Cancún, todo incluido.” Unas letras Editorial, 2011, pp. 11-12

[6] Labrada Aguilera, Agustín, “Un collage con parches de todos los colores. Entrevista con el novelista cancunense Carlos Hurtado.” Tropo a la uña, año III, núm. 22, bimestre enero febrero 2002, pp. 34-37. Las cursivas son mías.

[7] Hurtado, Carlos, “Cancún, todo incluido.” Unas letras Editorial, 2011, pp. 76-77

[8] Hurtado, Carlos, “Cancún, todo incluido.” Unas letras Editorial, 2011, pp. 282-283.

[9] Labrada Aguilera, Agustín, “Un collage con parches de todos los colores. Entrevista con el novelista cancunense Carlos Hurtado.” Tropo a la uña, año III, núm. 22, bimestre enero febrero 2002, pp. 34-37. Las cursivas son mías.

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