Luciérnagas para ahuyentar demonios

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Con un título perfecto, este es un libro que, gracias a la sensibilidad de su autora, el trabajo en las frases y en las metáforas que aterrizan en ideas con sustancia, nos propone una lectura que pocas veces tenemos oportunidad de experimentar: iluminarnos frente al espejo de la memoria.

¿Por qué? En lo personal, las luciérnagas de Fátima Javier iluminaron zonas de mis recuerdos, áreas muy profundas que, al ser bañadas con esa luz tan particular, provocaron reacciones diversas a medida que iba leyendo, y a la vez coincidiendo con sus ideas tan diáfanas, tan de sentido común y necesarias para estas épocas.

2016 de por sí fue un año trascendental en mi vida, y con él inicia este recuento de posts de Facebook (solo por mencionar su origen, pero que de posts no tienen apenas nada en comparación con lo que suele verse en las redes). Esas luciérnagas hechas de palabras, como he dicho, iluminaron zonas especialmente sensibles de esos años, donde fue todo migración, adaptación, transformación interna y externa, un vaivén de emociones que pude revivir a través de los textos de Fátima; y por supuesto, un recuento de demonios propios que también tuve que ir exorcizando en esas épocas.

Lo inquietante de estas luciérnagas es que no dejan de mencionar problemáticas que, en esos años empezaban a despertar todo tipo de sentimientos: desde el feminismo visto desde la óptica de una madre, desde una maestra de Infantil, desde lo mínimo que se clama y exige en muchos ámbitos de la Justicia, pasando por los horrores políticos que solo denigraban a peor; las grietas de Sanidad pública que, ni Fátima ni nadie preveía lo que pasaría en 2020 y que se terminaron evidenciando con el covid19; las claras fisuras en Educación que en parte derivaron en casos cada vez más crueles de bullying, llegando a convertir esos problemas ya graves en «manadas» y otras lacras.

En verdad se puede sentir que esos reclamos del pasado han tomado una fuerza muy viva en nuestro presente, como la pobreza en el nivel educativo/cultural consecuencia de una pobre comprensión oral-lectora. Lo que terminó siendo el desastre de las generaciones-pantalla a las que tanto daño hicieron los padres creyendo que eso estaba bien, de calmar a los niños con la droga tecnológica y darles «lo que nunca tuvieron», convirtiendo a algunos, en palabras ya famosas de un profesor y que se hicieron virales «niños sin alma». En esto último hay un atisbo de esperanza; el daño está hecho, claro, pero aquellos que han presenciado verdaderamente el desastre —o que esperaron a tener hijos hasta hace apenas nada—, parece que van tomando nota, y eso ha regresado por ahora al sistema educativo que antes veía bien usar tablets y móviles en el aula, ahora con políticas de cero tolerancia a la pantallita.

Pero las luciérnagas no solo abren debates y críticas muy pensadas contra el sistema. También llegan como pequeños bálsamos de calma y sosiego, paisajes boscosos donde acaba de llover y el petricor nos purifica los pulmones y el alma. Se nota que ese es el lugar seguro de Fátima, y con esas grandes pausas de contemplación estilística y de naturaleza, nos hace cómplices respirando un mismo aire, queremos estar ahí, en su bosque.

No puedo más que recomendar estas Luciérnagas. Seguro que será un viaje muy personal para cada persona que entre en el libro. Solamente comparto mi vivencia, con la esperanza de que todo vaya a mejor, aunque el mundo se empeñe en decirnos lo contrario. Gracias por tus Luciérnagas, y por mostrarnos una parte tan sensible tuya, Fátima.

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