Quiero compartirles algo que pasó hace unos días y que curiosamente se relaciona con el cuento de ‘Una tarde en el mirador’, publicado recientemente en el número de enero de Revista Residente Riviera Maya y que fue ilustrado de forma genial por Hurricane Jadg.
Precisamente en la mañana, fui testigo de lo maravillosa y benigna que es todavía la naturaleza en esta ciudad: vi primero un tucán que se convirtió en una pareja, negros, de plumaje brilloso, limpio, el amarillo fosforescente estallando en sus pechos. El pico de colores, enorme, se abría y cerraba como si estuviera riendo o simplemente conversando trivialidades. Llegaron planeando con suavidad desde algún punto indescifrable, pasaron metros arriba sobre mi cabeza y se posaron en lo alto de una arboleda, por separado. Dando saltitos, anduvieron paseándose entre los ramajes, bastante animados. Incluso, quizá uno de ellos volteó a verme, pero eso sería idealizar demasiado. Así anduvieron, hasta que se perdieron entre la espesura del área verde. Minutos después, llegó el camión que me llevaba a mi casa. Intenté tomarles una foto, ni una salió por la espesura verde y mi posición lejana, además de tenerlos a contraluz. Pero mis ojos no se olvidarán de ellos, de su belleza y su libertad, tan suya, tan inalcanzable para un ser humano.


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