Ah, Gonzalo, Gonzalo Guerrero. Su nombre es sinónimo de aventura, dar la última gota de sangre por lo que se cree, la aventura de la humanidad que no cambia con los siglos. Anécdotas curiosas han sucedido mientras he trabajado con él. Un ejemplo rápido, Francisco Verdayes sacó a la luz unos curiosos mails donde un Gonzalo Guerrero saludaba desde un limbo y deseaba feliz 500 aniversario de su naufragio en 2011. La que voy a contar es la última de estas anécdotas curiosas.
Otoniel Sala, artista plástico que con gran talento se ha hecho un lugar internacionalmente hablando, en 2019 tuvo la gentileza de crear una nueva figura para la portada de mi novela Terra incognita. Hizo un trabajo soberbio con un nuevo aporte e interpretación a la Pintura que se une a la eternidad con otros grandes pintores y escultores. Mientras se encuentra en España, decidí por fin hacerme con un «Otoniel Sala», en este caso la genial acuarela que da la portada a la novela.
Otoniel tiene un gran aprecio a sus obras, y por supuesto que decide si vender o no sus creaciones. Esta era una muy especial para él, y su primera reacción fue no vender, pero -sin yo convercerle ni mucho menos- al final fue contundente: «prefiero que tú y nadie más la tenga» me dijo, lo que me emocionó, y pude comprobar que además de la relación profesional hay una gran amistad y confianza detrás. Es un honor poder compartir charlas tan amenas con un artista de su nivel y sensibilidad artística, cabe añadir.
Pues, sin más, envió la acuarela por Correos como certificado. Pasaron los días, y semanas, y la obra no llegaba. Consulté el número de seguimiento en su web, y aparecía, «en camino». Era ya mucho tiempo para no saber nada de un envío certificado. Me comuniqué a atención al cliente, y me dijeron que había «un problema» y que el remitente se tenía que comunicar. Se lo dije a Otoniel, y el fue de inmediato a las oficinas. No sabían, de momento, qué había pasado con el envío. Un error de número, algún traspapeleo… temí lo peor, imaginé la obra tirada en alguna cuneta, en una bodega inmensa apilada o aplastada entre muchísimas otras cajas, en la más pura oscuridad del olvido y la estupidez corporativa. Y claro, se nos vino el mundo encima. En Correos le propusieron dos opciones: encontrarlo en el plazo de una semana, o si no aparecía, le reembolsaban una cantidad irrisoria por ser envío certificado. Bueno, ambos metimos la reclamación, y pasaban los días, y la fecha límite se acercaba (18 de marzo). Ninguna noticia del Gonzalo de Otoniel. Ya hasta hacíamos tristes bromas de ese estilo: «así es Gonzalo Guerrero. A final de cuentas, alguien que no sigue reglas ni códigos establecidos, es un espíritu libre. Si quiere aparecerá».
¿Y por qué tanta alharaca por un envío perdido? Por mi parte, nunca había tenido un problema de este tipo en un correo certificado. Hay opiniones encontradas, pero el servicio de Correos español es eficiente, y su sistema no tiene nada que ver por ejemplo, con Mexpost o Correos mexicanos. Para mí era incomprensible que pasara, que pudiera perderse así «por la cara» una obra original de Otoniel.
Hoy, mientras pensaba ya en acciones de hojas de reclamación y etcétera contra Correos, llamaron al telefonillo. Y efectivamente, ahí estaba el cilindro empaquetado. Gonzalo Guerrero había decidido aparecer, del limbo, de la dimensión donde había decidido naufragar unos días. Si me apuran, el onubense estuvo sin rastro los mismos días de su naufragio original. Ahí lo dejo.


Aprovecho para seguir recomendando la impresionante obra de Otoniel Sala:
https://www.facebook.com/otonielbaruck


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