
Saliéndonos un poco de lo literario, y antes que me crucifiquen, esto es solo un análisis hecho desde un enfoque histórico-comparativo. Es una contribución al proyecto Mayas imaginarios y mayas reales del doctor en Historia Iván Vallado Fajardo, de la Universidad Autónoma de Yucatán.
Debo empezar por aclarar que es una película que me gusta y me trae nostalgias, yo la proyecté en el cine cuando era un mocoso (existía aún el celuloide) y empezaba mi vida laboral ahí en el 2000, año de grandes producciones cinematográficas como Gladiador y Amores Perros. A mis dieciocho, desde que vi el tráiler de la película, la curiosidad me hizo presa. ¿Una película animada sobre los mayas y el encuentro de dos mundos? Tenía que verla a como diera lugar. La naciente Dreamworks SKG —fundada en 1994 por Spielberg y uno que otro rebelde—, la hoy poderosa casa de animación que compite de tú a tú con Disney y Pixar, hizo en sus comienzos experimentos interesantes de corte histórico, empezando con El príncipe de Egipto y José: el rey de los sueños, que tuvieron buena aceptación crítica y del público. Hay que decir que las animaciones e historia de estas películas empezaron a incomodar a la gigante Disney, por lo bien elaboradas, y además teniendo éxito en un rubro poco explorado para la mandamás infantil.

En esta confianza puesta sobre las animaciones de pasajes históricos, llegó el primer fracaso financiero de la productora: El camino hacia el Dorado (The Road to El Dorado). ¿Por qué fracasó entre el público, a pesar de recibir tibias críticas positivas? Repitió la fórmula Disney ganadora, contando con un reparto musical de lujo: Elton John y Tim Rice, los mismos que alzaron el Oscar con El rey león. El tráiler lo pregonaba. ¡Parecía una apuesta segura! Bueno, en México no cayó muy bien como sucedió tiempo después con Apocalypto de Mel Gibson, y algo interesante se puede sintetizar en que no nos gusta que los gringos vengan a contarnos nuestra propia Historia. Y es fácil de explicar considerando fríamente que El Dorado resulta un completo disparate si la comparamos con la verdadera Historia; un batiburrillo argumental que se adapta al público infantil y que sin embargo, consigue su objetivo: entretener, sobre todo a los estadounidenses, que ni les va ni les viene lo prehispánico, ellos surgieron en 1776 y no hay más hacia atrás (si acaso Pocahontas). Sabemos que los norteamericanos tienen la bonita costumbre de hacer de las culturas prehispánicas hasta lo más insólito (Véase Aztec Rex y otros), que indudablemente en México es recibido, por los que saben y también por los que todavía acostumbran satanizar de forma arcaica a la Malinche, como una falta de respeto a la Historia y llevándolo al extremo, como una burla para el mismo país.
Logró apenas ser medianamente conocida gracias a la pobre acogida que recibió en Latinoamérica y en especial México, a pesar de contar con otro artista exitoso del pasado, Mijares (La Bella y la Bestia), un fresco Aleks Syntek acompañando al doblaje y a las canciones a lo largo de la película, y complementando un Demián Bichir en pleno ascenso. Lo curioso con esta cinta, es que, además de ser la primera animada de un gran estudio norteamericano en tratar directamente la cultura maya y hacerla base del escenario y el argumento, es la primera que habla de un encuentro hispano-maya. Recalco, hablo de los gigantescos estudios de animación norteamericanos.

La historia es sencilla y seré breve: corre el año de 1519. Tulio y Miguel, los protagonistas, son dos españoles buscados por la ley, y la antítesis de los príncipes encantadores que tanto se pusieron de moda y que culminaron con su máximo éxito en Shrek. Tulio es un codicioso patán que siempre se las ingenia para hacer trampas y engaños con tal de obtener cualquier tipo de ganancia. Egoísta y mezquino en esencia, pero que termina cediendo ante los impulsos de Miguel, su contraparte, un hombre más sentimental y que busca más aventuras que ganancias monetarias. Por accidente caen en un barco de Hernán Cortés, quien se dirigía a América «por oro”. Atrapados como polizones en el barco de Cortés, son condenados a trabajar en plantaciones de azúcar en Cuba. Logran escapar del barco en un bote de remos con todo y un caballo, y tras días de ir a la deriva, llegan a la costa americana. Con un mapa que señala la ubicación de El Dorado, una ciudad completamente hecha de oro, ubican las señales que los dirigen a su destino.

Cuando los dos bribones llegan a la ciudad, uno se sorprende por los detalles que contiene su arquitectura. Lo dije antes, resulta una revoltura de estilos mayas, que van desde lo Puuc (que predomina para mi beneplácito con un arco falso como entrada principal) y arte visto en Uxmal, Chichén Itzá, Tikal, Copán y Palenque, y otras más. Las estelas son diseños mezclados por los animadores y las reales que sabemos existen en estas ciudades; sin embargo, para los norteamericanos no hay límites: la meta es jugar con las construcciones para adaptarlas a las escenas. Hay incluso un partido de juego de pelota que creo que si lo viesen algunos de mis amigos expertos arqueólogos, morirían de un infarto. Pero repito, todo se hizo con el afán de entretener (como cinta animada que es), y logra su cometido. ¿Para bien, para mal? Eso depende de cada quién. Hay que recalcar que los escenarios y la animación 2D y 3D son los puntos fuertes de la película, y su argumento lleva hilos sólidos y que conservan su propia lógica, en su propio microuniverso.

Los verdaderos problemas para la cinta —y que cala en los pueblos que alguna vez fueron mesoamericanos, quechúas o incas— es cuando la llegada de los dos bribones es esperada como el arribo de los dioses. Dioses a los que se les rinde pleitesía, se les hace fiestas y se les obedece, todo bajo el marco de un gran engaño que se va orquestando por los dos compadres ibéricos. No contentos con eso, nuestros amigos animadores gabachos complementan la “traición” con la ayuda de una bella y voluptuosa mujer maya, Chel, a la que muchos aquí llamaron cariñosamente “La Malinche”, y es más que comprensible: Chel, por voluntad propia, se presta a ayudarlos en el engaño de ser dioses, porque quiere irse con ellos (además de robar todo el oro que se pueda para regresar como reyes a España). Nunca se aclaran sus motivos, pero a su accidentado arribo a la ciudad maya, Tulio y Miguel se la topan como una ladrona de ofrendas.
Pues bien, Chel ayuda a los hispanos a entender la cosmogonía maya, y aquí viene el otro punto fatal para la película: los mayas veían mal el sacrificio aquí, el cacique estaba en desacuerdo con los tributos humanos que ofrecía el brujo, malo de la historia y único cuerdo en toda la incoherencia de los pobladores mayas de El Dorado, el único acorde con el pensamiento histórico real. ¿Cómo puede el cacique y el pueblo ver mal una tradición ancestral y estar de acuerdo con los hispanos recién llegados? Una vez más, gana la visión Morley, extendida para Estados Unidos y que tenía que aplicarse a una animación infantil: mayas pacíficos, sabios y enlazados con la naturaleza. Encaja perfecto en los finales felices.

Todo esto resultó en una apuesta arriesgada para Dreamworks, quedando como un pasaje histórico demasiado complejo para llevarlo a una animación infantil, destinado a un público desinteresado en esos temas. A pesar de no alcanzar el entendimiento del logos de los «sujetos reales», derivando en una antiantropología, como dice atinadamente el doctor Vallado, en sí, el proyecto animado se mira novedoso -y quizá quede como un único experimento para esta etapa de transición de la Historia Universal-, y no se puede negar que la producción se esforzó: incluso los animadores vinieron en excursiones a Yucatán y Centroamérica para empaparse de los monumentos y eso se refleja en un gran trabajo de escenarios de fondo, a pesar de la discrepancia con la realidad. Al fin y al cabo, El Dorado sigue siendo una ciudad ficticia, inalcanzable. La música es caso aparte, y no hablo de las canciones de Elton John (que pasaron de noche a diferencia de lo que hizo en El rey león). Hablo del soundtrack, la música incidental que hizo Hans Zimmer y que habla de su innegable calidad compositora.
Dreamworks quiso jugar juntando a los mayas con Elton John y por poco deriva en desastre para ellos.



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